Mi niña interior

La primera visita con la psicóloga especializada en TCA fue el 27 de diciembre, todavía no hace ni un mes! Lo más impactante para mi, y que os cuento hoy, ocurrió al final de la sesión, después de 40 minutos resumiéndole porqué estaba allí, mi relación a los largo de los años con la comida, los principales hitos de mi vida y el historial familiar.

A cuento de hablarle de mi infancia la psicóloga me pidió hacer un ejercicio de visualización guiado por ella. A mi, que soy tan racional y tan de prepararme, me pilló totalmente desprevenida.

En concreto me hizo imaginar una niña y narrar con todo detalle su edad, su entorno, qué pensaba, qué sentía… Desde el primer momento que cerré los ojos, sin ninguna indicación por su parte, me vino la imagen nítida de esta foto mía a los 2 años:

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Fue asombroso. De repente ahí estaba mi yo niña, en la misma posición pero en otro sitio (un parque o un prado), mirándome entre divertida y curiosa, como invitándome a seguirla o a jugar.

La psicóloga me preguntó en un par de ocasiones si esta niña estaba dolida o asustada. Nada más lejos; una niña idéntica a la foto me miraba agachada transmitiéndome, sin hablar, con unos ojos vivos y expresivos, unas ganas tremendas de experimentar, de investigar, de jugar, de divertirse!

Fue impactante y revelador y, a la vez, bonito y sumamente emotivo, porque me embargó una ternura y un instinto de protección enormes. La psicóloga me dijo que me acercara, y le diera calor, y eso visualicé… que me acercaba y agachaba a su altura para decirle: «Estoy aquí, no te voy a dejar nunca».

No alargó mucho la visualización alegando que soy demasiado racional y que era mejor ir poco a poco. Eso sí, me recomendó hacer el ejercicio a menudo, para conectarme con esa parte de mi misma y tratar de integrarla. Acabamos y nos despedimos hasta la próxima sesión sin más, cordiales.

Aunque me encontraba tranquila al salir de la consulta, cuando llegué portal me puse a llorar. Estaba sumamente emocionada y me resultaba incomprensible. La sensibilidad e intimidad de ese encuentro me habían tocado. La espontaneidad de lo que estaba sintiendo también me estaba afectando. Vamos, que mi parte racional no entendía nada!

Volví a casa en el metro, envuelta en una mezcla de recuerdos y nostalgia, con esa imagen inocente, pura, ingenua, sensible, vivaz… emocionándome constantemente. Cuando llegué a casa me tumbé para que mi parte adulta siguiera hablando con esa niña recién descubierta, tan olvidada y desatendida.

Así estuve calculo que más de una hora, llenándome de serenidad, optimismo y vitalidad. Y lo mejor es que el efecto duró días!

Conectar con mi niña interior me resultó muy sencillo, pero sé que para que resulte efectivo tengo que practicarlo con asiduidad. Intuyo que me necesita y me está reclamando atención, que necesita que mi parte adulta le transmita fuerza y calor. Y también intuyo que puede darme respuestas, hablarme de mis carencias, de mis miedos y necesidades.

Cuando he repetido el ejercicio por mi misma siempre obtengo mucha paz. Me serena y me centra. Incluso al inicio de algún episodio de atracón, enfocarme y hablar con mi niña interior ha conseguido pararme. Seguiré practicando, pero creo que la sensación de compañía y consuelo al conectar con esa parte de mi logran «cortocircuitar» la compulsión.

Os recomiendo y os invito a poner en práctica este ejercicio en el día a día y analizar qué os transmite la imagen de vuestro niño interior, cómo se siente. Seguro que con la práctica vamos descubriendo necesidades de las que no éramos conscientes y aprendemos a cuidar mejor de nosotros mismos para tener a nuestros niños atendidos, contentos y satisfechos.

La teoría dice que de la misma forma nuestra parte adulta puede enseñar a nuestro niño interior recursos para gestionar situaciones para las que no dispuso de apoyo en el pasado. Escuchar y atender a ese niño y sus heridas tiene el poder de transformar las emociones negativas que nos afectan hoy, en el presente.