Alta cocina

Estos días en los que estoy reflexionando sobre mi relación con la comida me ha venido a la mente mi (por el momento) única experiencia en un estrella Michelín. Fue el pasado diciembre, la misma semana que me diagnosticaron el Trastorno por Atracón, una cena que había esperado con mucha ilusión durante más de 6 meses.

A excepción de los episodios compulsivos, más o menos esporádicos, y localizados principalmente en las últimas horas de la tarde, alrededor de la cena y sola en casa, el resto de mi relación con la comida es muy sana, incluso un poco austera. Disfruto de las comidas en familia y con amigos, y no me causa ansiedad la perspectiva de tener que comer fuera, ni hace que me descontrole. Fuera del ámbito doméstico no hay peligro!

Me habían hablado mucho de este restaurante, y aprovechando la paga extra, me apeteció darme una experiencia – capricho. Paradójicamente, casi al día siguiente que me diagnosticaran el trastorno alimentario, iba a disfrutar de una cena totalmente descontextualizada de la pérdida de control, del disgusto, del malestar y la vergüenza.

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En un local de estilo mediterráneo, con un trato cercano y acogedor, disfruté una cocina creativa pensada para disfrutar con todos los sentidos: la vista, el aroma, el gusto, el tacto y las texturas, e incluso el oído, todo muy del estilo Ferran Adrià: un derroche de imaginación, trabajo, provocación y talento.

Los cocineros resumen en pocas palabras la filosofía de su cocina:

Nuestro objetivo es agradar, sorprender, emocionar y crear a través de la gastronomía.

Para expresarnos, el lenguaje que elegimos es el menú degustación.

La sorpresa para nosotros es un sentimiento importante en la experiencia gastronómica, por lo que te aconsejamos escoger el menú sin verlo detallado previamente.

Sin más, relájate, déjate llevar y disfruta.

¡Buen provecho!

Estas emociones y sensaciones suenan muy diferente a lo que sentimos en el momento de una compulsión, ¿verdad?

Lo cierto es que en esa cena viví exactamente lo que los cocineros proponían, y lo resumiría en: sorpresa, diversión y emoción.

Sorpresa por que eliges el menú a ciegas, únicamente en función de la cantidad de platos y del precio. En mi caso fueron 25 platos, todos con sorprendentes presentaciones, juegos visuales, acompañamientos, texturas y sabor.

La diversión venía aparejada a la sorpresa, a las indicaciones de los camareros, a descubrir sabores, a sentir texturas y temperaturas, estallidos, mezclas, sonidos.

Y la emoción, en mi caso particular, se desató en uno de los platos más modestos: un discreto sándwich de gazpacho con oloroso de vinagre.

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En él, las rebanadas de pan de molde son realmente merengue deshidratado de tomate y el relleno es un sorbete ligerísimo de gazpacho. El juego está en que lo sirven acompañado con una copa con olor de vinagre de Jerez 25 años, para ir oliendo a medida que se vas comiendo el sándwich.

Al primer bocado, un fogonazo me trajo a la memoria a mi abuela, a su cocina verde, a su enorme mesa de mármol, a los tomates y pimientos que nos traía mi tío del campo, a la huerta, al sol de mi pueblo, a aquellos sabores del verano.

Y estos días me planteaba que así quisiera siempre honrar el acto de comer, la relación con la comida y la relación conmigo misma. Como un sano acto biológico, pero también de expresión de cultura, costumbre, tradición y valores acordes con mi identidad.

“La cocina es un lenguaje mediante el cual se puede expresar armonía, creatividad, felicidad, belleza, poesía, complejidad, magia, humor, provocación, cultura.” Ferran Adrià

Photos by Francesc Guillamet